Por Roxana Dauro
Ph. Eliana Blue
Los lugares más impactantes del planeta, los más exóticos, los más bellos, los que absolutamente hay que conocer antes de morir, el top-ten de los destinos. Todas las pestañas abiertas en mi computadora son un testimonio lapidario de que es domingo y estoy sola. Apenas escribo viaj… y el proceso de selección de Google se activa tirándome tips, blogs, visitas virtuales, videos 360 grados, wikipedia y diccionario bilingüe.
Lugares. Territorios. Áreas. Zonas. Places. Lugar se dice “place” en inglés y con esa economía característica de la lengua anglosajona, también se usa como verbo: “place” es acomodar, alojar, asentar, colocar. Así como usamos “chatear”, “lugarear” sería una encantadora versión en español. Lugareo mi cabeza sobre tu pecho suena hermoso y más aún en domingo. Arranco a escribir un poema con esa idea, pero la falta de aceptación de mi creatividad de la revisión automática del Word me saca de mis fantasías. El corrector ortográfico marca un supuesto error. Errar también quiere decir vagar, ir de un lugar a otro. Ni más ni menos lo que hago todos los domingos hueveando por internet.
De pronto me ataca un brote rebelde de fin de semana que agoniza. Me despabilo. Quiero desoír al Corrector Ortográfico y dejar que mi lenguaje salga de andanzas. ¿Qué pasa con todas esas palabras que luego de clickear el mouse a la derecha quedan omitidas? Todo un mundo de palabras exiliadas por erradas, una especie de condena que las obliga a peregrinar definitivamente del texto. Me despiertan simpatía, no las imagino melancólicas o deprimidas, es más, creo que el correctivo les dio alas. Imagino un territorio de errores viviendo libres de culpa y cargo, palabras liberadas de la competencia entre la ese y la ce o del silencio de la mudita ache, que bastante jodida es, tan calladita ella.
Un territorio de errores para visitar.
Un territorio escondido, negado, un santuario, algo excluido de todo tour.
Un lugar que no exista ni en libros, ni en enciclopedias.
Dicen los manuales
que los hombres, en toda su geografía
además de
hombros y brazos y pelos y barba y piernas y pieles y pene
tienen una laguna
escondida
al sudoeste del corazón
adonde van a parar sus lágrimas cuando sufren por amor.
Y, como los hombres no lloran,
les sudan las manos
para disimular tanta tristeza.
Me fui al carajo en expedición por tus territorios.
Son las consecuencias de escribir un domingo.